Hay que ver qué poco sé.
Otro año más que me sorprende la Academia sueca con el premio
Nobel de Literatura a un escritor del que no sé nada en absoluto. El caso es que este parecía
cantado, lo que es aun más doloroso para alguien que presume de ser
leído y
escribido. Lo fácil y lucido podría ser que me pusiera ahora a decir que ya lo había leído, que es uno de los grandes de la narrativa anti-apartheid, que es una de las grandes realidades en la novela anglosajona actual. Pero sería tremenda falsedad. Lo honrado, me parece, es asumir mi ignorancia e ir esta tarde a la librería a por uno de sus libros. Dentro de unos días, a lo mejor, resulta que encuentro a un nuevo escritor que seguir y del que esperar sus nuevas obras. Ya veremos.
Lo bueno de esto del Nobel -cambiando de tema- es que es uno de los pocos momentos del año en los que los medios de comunicación se ocupan de la Literatura. Cosa buena, por supuesto. Lo malo, en cambio, es que hay que leer como todo el mundo conoce a los premiados, como todos esperaban esta designación, como todos admiran al galardonado, como todos repiten una y otra vez los mismo lugares comunes sobre el autor y su obra. No sé, no sé, a veces pienso que algunas personas mienten más que hablan.