Hoy he estado viendo coches. Montañas de coches. Lujosos. Brillantes. Grandes. Espectaculares. Invitaban, todos y cada uno de ellos, a sentarse delante del volante y acariciarlo, o bien a caminar a su alrededor y dejar que la yema de los dedos resbalase por el metal de la carrocería. Hoy he estado viendo coches, coches de ensueño. Esta noche me he encontrado con otro algo diferente...
No brilla este automóvil, no se mueve por asfaltos relucientes, no lleva la velocidad enganchada en los retrovisores y la gente, acostumbrada a él, no acaricia su chapa con la yema de los dedos, quizás por miedo a herirse de nostalgia o de pobreza o de miseria o de injusticia o de pasado o de falta de esperanza o de mierda, de mierda.
Miguel Río Branco lo fotagrafió en una calle de Salvador de Bahía (Brasil), por si a alguien le interesa.