Después de una semana tensa no hay nada como una buena llorona delante de la pantalla.
Adiós Mr. Chips cumple perfectamente las expectativas. Se sienta uno delante de la tele y se encuentra en el joven Chipping llegando al recto colegio británico de Brookfield. El primer sufrimiento contiene toques humorísticos conseguido mediante un aula repleta de pequeñas bestias, perdón, criaturas (mira por donde, también entonces se cocían habas). Después, el amor -paréntesis feliz- y la muerte de la esposa, la vejez, la frustración, la injusticia con el profesor que dio toda su vida por el colegio y sus alumnos, la guerra, la muerte de algunos jóvenes, el reconocimiento de la tarea realizada y, como siempre, mi explosión de lágrimas cuando el tercer Peter Collins abandona la casa del anciano y se despide de él con el lacrimógeno "adiós, Mr. Chips". Toda la vida del pobre viejo cobra sentido. Puede morir en paz.