Es que uno no sirve ni para ser geek.
Hasta hace nada de tiempo estaba completamente decidido a cambiar mi portátil, ya algo anciano, renqueante y aquejado de problemas de energía. Quería algo pequeño y ligero, rápido, con una batería que me garantizase al menos tres horas continuadas de trabajo. He estado mirando marcas y modelos: Sony, Samsung, HP, Apple. Casi estba decidido ya por cruzar otra frontera y pasarme a la marca de la manzana mordisqueada, que siempre he sentido un no sé qué por esos aparatos desde aquellos modelos mandarina. Sí, me había decido por uno de los nuevos y blanquitos MacBook, tan monos y tan pijos; tan diferentes.
Pero no fui a comprarlo. Pensé en esperar hasta las vacaciones, por el aquel de que rodase el nuevo modelo, porque leía por ahí que se calentaban; en fin, porque sí. Y en la espera he seguido pensando y pensando. He visto otras cosas, me he despojado de las orejeras informáticas y he encontrado
La casa de las estilográficas.
Hoy me doy cuenta de que si quiero portabilidad y diseño, monerías y pijadas, no hay nada mejor que una buena
Visconti, por ejemplo, y un cuadernito tamaño cuartilla de páginas blancas y pastas duras. En esta semana sin falta iré a alguna de esas papelerías del centro con mostradores de madera y vitrinas de cristal, hablaré con el dependiente, me enseñará diferentes modelos, dudaré entre uno u otro y acabaré saliendo de la tienda con un breve paquetito que contendrá portabilidad, diseño, tradición, exclusividad. Me pasearé por mi mundo con una estilográfica en el bolsillo de la camisa y un cuadernito en las manos. Y no necesitaré más batería que la necesaria para cargar mi cuerpo cada mañana.