Lo justo
A veces, el viento trae la certeza de que no hay una brizna de justicia en este mundo. Se trata de una impresión explosiva, una especie de flash que ilumina la percepción de lo que nos rodea convirtiéndonos, por un momento, en videntes de la verdad. Son pequeñas pistas las que nos hacen pensar así: un plato que de repente estalla contra el suelo, un frenazo, el reventar de un globo y el llanto de un niño, una cría de gorrión caída en el suelo. Pequeños detalles, en suma.
Claro que esto de la justicia es muy relativo, depende de cómo lea la situación cada cual y de cómo se valore lo aportado y lo recogido. La fábula de la cigarra y la hormiga me ha resultado siempre muy ilustradora a este respecto, porque es tremendamente injusto que la cigarra se alimente a costa del trabajo incansable de la hormiga, pero también lo es, sin lugar a dudas, que el pobre animal acabe muriendo de hambre mientras la puñetera hormiga envejece un invierno más entre sus abundancias. Una situación difícil que nos obliga a tomar partido a sabiendas de que todos somos cigarras y hormigas dependiendo de las circunstancias, aunque se nos olvide a menudo que un día fuimos cigarra o fuimos hormiga y nos permitamos juzgar al otro según el rol que desempeñemos en ese momento.
Un asunto difícil, reitero, esto de la justicia o no de las situaciones, de las acciones personales, del mundo. Tan complejo y cambiante en nuestras apreciaciones que necesitamos buscar una explicación trascendente: los justos serán premiados. Y, entonces, aparecen las construcciones verbales en futuro que apaciguan el desasosiego. Pero más adelante siempre acabamos planteándonos la misma idea de futuro. El porvenir se nos escapa entre los dedos, como un puñado de fina arena que quisiéramos mantener en las manos, que apretamos y, mientras más lo hacemos, mayor es la fuga. Llegamos a pensar, al igual que aquellos “punk” de los ochenta, que no hay futuro y, por ende, que no hay justicia, y volvemos a ser cigarras u hormigas según sople el viento del momento, horrorizándonos por ser cigarras, indignándonos por ser hormigas. Volando de una a otra postura, viviendo como quien navega por un temporal que arroja nuestros cuerpos vehementemente contra las márgenes de la vida. En esto se nos va el tiempo, dejándonos a la mayoría, a la medianía, insatisfechos con casi todo lo que hemos protagonizado, pendientes de cosas tan vagas como la trascendencia, la memoria o el saber estar; aspirando, en muchas ocasiones, a ser pagados con un epitafio en el que se diga, sucintamente, “Supo estar. Navegó y no se hundió”.